Fue la caminata final del ciclo del vi i del cava, en plena época de vendimia, con una ruta que se anunciaba fácil y corta y con fiesta de la vendimia incluida. De manera que la participación fue numerosa, con abundancia de niños.

Unos cincuenta senderistas contamos que se trasladaron en coches hasta Hostalets. Por una vez no hubo incidencias con la caravana de coches; nadie se perdió, nadie tuvo que hacer carreras para reintegrarse a la caravana, la velocidad fue prudencial y la llegada al destino ordenada y simultánea. No así el regreso que, naturalmente, cada cual lo hizo a voluntad.
Aunque la mañana se presentó nublada y sospechosa (en Barcelona llovía) y la temperatura relativamente fresquita, a medida que fue avanzado el día desaparecieron las nubes y terminamos con un espléndido día de otoño. El recorrido comenzó sencillito, en ligero ascenso, por pistas y caminos rurales bordeados del típico bosque de pino y encina a un lado y de campos cultivados de frutales al otro. Pasamos junto a campos de melocotoneros, higueras y almendros. En el de almendros, dos pagesos recolectaban la cosecha, vareando los árboles y provocando la caída del fruto sobre  telas extendidas en el suelo. La cosecha no parecía mala, dada la cantidad de sacos que, de pie, se adivinaban llenos de fruto, apoyados en los árboles, en grupos espaciados. El campo más grande era el de melocotoneros, por suerte ya sin la fruta que, de lo contrario, alguno del grupo no hubiera tenido reparo en hacer su propia cosecha. Así ocurrió luego al pasar junto a las higueras y, más tarde, al lado de las viñas. Bien es verdad que algunas viñas estaban claramente abandonadas, dada la maleza que las invadía, pero no alguna otra, perfectamente cultivada y esperando el momento de la vendimia. No estaría de más que, el que no lo haya hecho, se pinche el enlace Bones prácticas de senderisme y practique lo que dice con relación al respeto que merece el trabajo de la pagesia..
Desaparecieron las nubes al avanzar la mañana y la mole de Montserrat, impresionante frente a nosotros, destacaba sobre el azul. Toda la mañana habíamos caminado en su dirección, pero, ahora, el sol iluminaba los peñascos más altos.
Bordeando viñas casi siempre, por pistas rurales y entre pinos otras veces, bajando por algún tramo de GR destrozado por el agua, y, finalmente, sobre asfalto, llegamos al paraje conocido como Pierola. Allí almorzamos, en buena armonía como siempre. Después del café (qué mal acostumbrados nos tienes, Jaume), Carlos nos ilustró sobre los orígenes de Pierola en el siglo X, y su evolución posterior hasta la actualidad.
El regreso fue, durante un tramo, por, exactamente, el mismo camino, que la zona no permite muchas alternativas para hacer una ruta circular. Así que, de nuevo, los senderos empinados y pedregosos, descarnados por el agua, los caminos agrícolas, las viñas, algún bosque de pinos…Y, ya en Hostalets, la explanada cercana al Ayuntamiento en la que se llevaban a cabo las actividades programadas para la fiesta de la vendimia. Para solaz de los críos, sobre una plataforma, habían situado varios lagares y en ellos los niños revivían, como un juego, las sensaciones que sus abuelos  experimentaron pisando la uva, descalzos, para producir el mosto. Al pie del estrado, varias cargas de uva negra esperaban ser utilizadas a lo largo del día. Algunos mayores subían a la plataforma para ver de cerca la operación y el aspecto de la pulpa en la que se convertían las uvas después de pisadas. Seguro que más de uno sintió envidia de los niños y hubiera querido participar con ellos. Yo sentí añoranza al recordar cuando, con pocos años, mi madre me permitió, después de lavarme los pies, entrar en el gran lagar (era como una pequeña piscina) que teníamos en casa. Había varios hombres pisando uva y a mi me llevaban de un lado para otro, quitándome del sitio en que yo, con mi poco peso, apenas conseguía nada y me colocaban en el que ellos habían estado trabajando. A mi me fastidiaba aquello porque, como en el nuevo sitio todo era pulpa, me hundía hasta las rodillas y, además, a pesar de mis pocos años, yo me daba cuenta de que lo hacían porque mi trabajo no servía para nada. El mosto salía por la parte inferior del lagar y me dieron a probar un vasito, solo uno, porque, aunque pedí repetir, mi madre me lo negó. Creo que dijo que me haría daño. Las madres de entonces no estaban para caprichos.