Se llenó de coches la plaza del Polideportivo. Se formó una larga caravana bajando por el Paseo de los Árboles, y después en la carretera hacia La Palma y en Molins de Rei, subiendo por la carretera de Vallvidrera. Los cortes, inevitables por los semáforos, y el despiste de algunos que habían oído algo de aparcar en la Creu d’Olorda, nos hicieron temer que algún coche se perdiera. Afortunadamente solo había que seguir hacia arriba, sin desvíos, y todos

llegamos hasta el punto de concentración y aparcamiento, al lado de la carretera, en un espacio embarrado por las últimas lluvias. Cuando, después de aparcar, nos reunimos todos, contamos hasta setenta y cuatro senderistas. ¿Alguien puede decirme por qué tantos? ¿Alguien conoce las pautas por las que nos movemos a la hora de decidir que iremos a esta excursión y no a aquella otra?  En las últimas salidas de 2009 no pasamos de ser una cuarentena, si bien es cierto que en la primera de 2010, a Castellvi de Rosanes, llegamos a 61, que ya son bastantes. Pero, bueno, que no decaiga, sea por lo que sea. Y muchas caras nuevas. Y jóvenes, que bien se nota en el ritmo que le dan a la caminata. A ver si se acuerdan de que a los más veteranos nos cuesta seguirles en las subidas.
  Después de dejar los coches nos pusimos a caminar por una pista ancha y cómoda, conocida como Camí de Can Sauró, todos agrupados, obligando a los esporádicos ciclistas a reducir la marcha. La pista avanzaba entre el bosque de encinas y robles y, aunque en algunas zonas había barro en los márgenes, en general, el piso estaba bien.
  Ya al llegar a Can Llevallol se nos aparecen tras un recodo la torre de Collserola y el Tibidabo, imponentes, aunque no tanto como lo serían después.
Habíamos caminado algo menos de 1 km cuando abandonamos la pista y nos internamos, por la derecha, en un sendero que desciende hacía lo que se conoce como Pantà de Vallvidrera. El sendero, estrecho y encajonado,  presentaba alguna dificultad debido al suelo pizarroso, húmedo y resbaladizo. Hubo algún pequeño susto. Que se lo pregunten a un ciclista que nos quiso adelantar a toda costa y se fue al suelo después de derrapar por la pendiente. Luego,  para disimular y demostrar que no había sido nada, se puso a cantar una copla aflamencada. Alguien comentó que la caída no había sido producto del estado del terreno sino de los carajillos que llevaba encima. No creo que fuera por eso; realmente el piso estaba mal para bajar en bici, por muy mountin-bike que fuera.
  Algo más adelante pasamos ante un curioso pino cuya raíz central era casi tan gruesa como el tronco y cuyas  tres o cuatro raíces laterales dispuestas radialmente sustentaban el árbol un metro por encima del terreno, como si la tierra que las cubría hubiera desaparecido dejándolas al descubierto.
  Más adelante llegamos al pantano y, después de bordearlo, lo cruzamos por encima de la presa, bajamos la escalera que pasa junto a la casa del guarda y, por último, por el Cami del Pantà  entre monumentales plataneros, bordeamos la urbanización de Mas Sauró y comenzamos a subir hacia Vila Joana, que ya habíamos divisado desde el pantano. y de allí a la Font de la Budellera. La fuente está acondicionada como merendero, con bancos y mesas, así que es un sitio ideal para comer el bocadillo y, como siempre, se forman grupitos, se charla y se hacen fotos. Después del café, de nuevo a caminar pista arriba, hacia la torre de telecomunicaciones y, luego, ya por asfalto, hacia el templo del Sagrado Corazón. Extraordinarias vistas de Barcelona, a pesar del día nublado y la falta de sol. Hicimos las fotos de grupo sentados en la escalera de acceso, lugar pintiparado para ello y, quien quiso, visitó el templo, que merece la visita, seas creyente o no. Lástima las prisas de siempre, que yo me hubiera quedado al menos quince minutos más, pero, claro, hay que adaptarse al resto del grupo, que ya bastante esperan por uno.
  Al regreso pasamos por la base de la torre de telecomunicaciones, espectacular por la altura y por el diseño y, después de alguna foto, atravesamos Vallvidrera, bien abiertos los ojos, que tiene mucha arquitectura modernista y desconocida para algunos de nosotros.
  Salimos de Vallvidrera y nos adentramos de nuevo en el bosque, mayoritariamente de encinas y robles como en todo el recorrido. Pasamos junto a la Font de Can Llevallol y, poco después, llegamos al punto de partida, satisfechos, creo, y no muy cansados; la caminata fue cómoda y no demasiado larga.