Al menos cuarenta. A pesar de que era una salida de todo el día y de los pronósticos de lluvia, no menos de cuarenta “moderats” salimos en autobús a descubrir y patear las rutas de la Conca. Últimamente parece como si, cuando hay salida de todo el día,  los meteorólogos se conjuraran para chafarnos las

expectativas de llenar el autocar. Pero no seré yo quién les reproche los pronósticos que, al fin y al cabo, casi siempre son acertados. Afortunadamente, en este caso se equivocaron y el tiempo nos acompañó de maravilla: buena temperatura y sin lluvia. Y también sin sol, que hubiera hecho molesta  una caminata que discurrió por pistas y caminos en campo abierto, sin  sombra alguna que nos cobijara, por un paisaje tan distinto del de Corbera o del de las caminatas que hacemos habitualmente. Después de casi dos horas de autocar, llegamos a Forès, un pueblecito situado sobre una colina y al que tuvimos que subir caminando porque  el chofer, es de suponer que cumpliendo órdenes, nos dejó en la parte baja del pueblo. De manera que, sin más calentamiento, hala, a subir echando el bofe, procurando no retrasarme demasiado. Luego aproveché que Jaume se paró a media subida para hablar con un lugareño; yo me puse a hacer como que escuchaba para, así, recuperar el resuello disimuladamente.
El pueblo tiene su historia (pinchar en el enlace), es antiguo, lo tortuoso del trazado de sus calles denota su origen medieval, con un castillo del que apenas se conservan restos. La iglesia es de origen románico, como bien vimos al pasar junto a una de las puertas de entrada, creo que la de las mujeres, muy deteriorada, en la fachada lateral norte. La de los hombres está en la fachada lateral opuesta, la sur, la que no vimos.
Doce habitantes tiene el pueblo en invierno, según nos dijeron, y bastantes más en el buen tiempo, y eso se aprecia en la cantidad de casas restauradas que, es de suponer, se utilizan como segunda residencia. Todo el pueblo parece enfocado al turismo, con las calles empedradas y las casas con fachadas también de piedra, con una exagerada uniformidad.
Fuimos directos a un mirador que da a un extenso valle, verde por los cereales cultivados. Al fondo toda una teoría de montañas, no muy altas, que la calima apenas nos permitió distinguir.
Almorzamos en el mismo pueblo, cómodamente sentados sobre las escaleras que conforman la calle por la que habíamos de descender para continuar el recorrido. Y ya allí  comenzó a aflorar el buen ambiente que caracterizó toda la caminata, que no digo que no lo haya otras veces, pero en ésta me pareció más acentuado. Que dure.
Después seguimos caminado, en descenso continuo hacia Rocafort de Queralt, por una pista ancha y cómoda. A la izquierda, un valle cultivado de cereales como el que vimos desde el mirador, al otro lado un bosque de pinos y, más adelante, bosque de pinos a ambos lados, mucho chaparro (garric) y enebro (ginebró)  en los márgenes, cereales en las vaguadas, alguna viña. Los pinos muestran las heridas del temporal de nieve y viento (aún hay nieve en las umbrías), con las ramas tronchadas y colgando, para disfrute de la pequeña Jana, que trataba de alcanzar las ramas con sus bastones de senderista. Después de Rocafort, viñas y almendros en las tierras cultivadas, poco más. Pasamos por las afueras de este pueblo sin apenas detenernos y continuamos a buen ritmo hacia Sarral. Teníamos hora concertada para la visita a la bodega y había que apurarse. Poco después me di cuenta de que el GPS había agotado las baterías y que, naturalmente, había dejado en casa las de recambio. Como diría Murphy, si se pueden agotar las baterías del GPS, se agotarán el día que hayas olvidado en casa las de recambio. Así que en esta ocasión solo podremos ver la mitad de la ruta en Wikiloc, de Forès a Rocafort Menos es nada.
Hasta Sarral caminamos por caminos agrícolas, entre bien cuidadas viñas, que por algo estamos haciendo una ruta del vino y del cava. Alguien comentó que  estarían más bonitas en verano con todo su follaje. Bueno, a mi me gustan más así.
La visita a la bodega me decepcionó hasta cierto punto. Si que había unas naves de arquitectura modernista, pero yo esperaba los arcos en ojiva de alguna de las bodegas de Martinelli o del mismo Domènech i Roure. Esto era otra cosa. La guía muy amable, desde luego, y supongo que se explicó bien; pero, como ya habíamos estado en Castellvi de Rosanes, pasé de la guía y me dediqué a hacer fotos. La nave primitiva,  con altísimos y esbeltos pilares de ladrillo sobre los que cargan hasta cuatro arcos también de ladrillo en cada uno, tiene su encanto. La nave central y las dos laterales cobijando los depósitos de cemento sobre pies igualmente de ladrillo, crean un curioso contraste con las naves modernas y los depósitos de acero inoxidable, tan asépticos.
Después de la visita, la cata. Y qué bien entra el cava fresquito después de caminar doce o trece quilómetros. Luego, ya contentillos, pasamos a la tienda  predispuestos a comprar. Además teníamos el autobús allí mismo y no había que cargar con las botellas.
Después nos dirigimos hacia la ermita de Els Sants Metges Cosme i Damià, cruzando las calles estrechas de Sarral en lugar de seguir por el camino más directo de la carretera. Fue buena idea. El pueblo me sorprendió por lo grande y antiguo, con un trazado de calles  en el que se adivina un pasado medieval como el de Forès. Ya en el campo, subiendo hacia la ermita, me separé del grupo para seguir el camino del Vía Crucis, que me imagino que es el camino que siguen los romeros cuando suben a la ermita. El Vía Crucis es curioso. Son catorce habitáculos sencillos, blancos de cal, con un tejadillo coronado por una pequeña cruz y en su interior, protegidos con una reja, las correspondientes escenas de la pasión, pintadas con un estilo más bien naif, sobre cuatro azulejos.
Junto a la ermita hay una fuente, del mismo nombre, y, un poco más lejos, un merendero con todas las comodidades, con mesas,  fuegos para preparar la comida, lavabos, de todo. De manera que comimos cómodamente sentados, en grupos según afinidades, contentos por lo bien que iba todo, contentos también por el cava, risas, buen humor, café…
Después, en la ermita, las fotos de grupo, más risas, provocadas por el bueno de Herminio a mi costa, descenso de nuevo hacia Sarral, subir al autocar y de vuelta a casa. El retorno, más rápido que la ida, con alguna cabezada, más por el madrugón que por el cansancio, que la caminata no fue muy larga ni hubo desniveles.